Últimamente tenia siempre frió. Se sentó en la esquinita de la ventana en el sofá. El sonido de una alijadora le ametrelleaba la cabeza.
Se recostó y el sol rozó su cara, tan rígida, pálida e hinchada del tratamiento. Se cubrió la cabeza con su gorro: hoy tocaba el azul. Su hermana, quién no quiso hacerse cargo de ella a sabiendas de la enfermedad, le mandó gorros. Al parecer tranquilizaban su conciencia.
Repartidas las tareas le tocó doblar la ropa. Debía entenderlo; no podía hacer nada más. Con resignación, suspiró, se acercó el cesto y empezó su tarea. Había muchos "debía".
Recordaba la recomendación del doctor Javier: "No hagas esfuerzos ni movimientos bruscos. Hay un gran peligro. Puedes perder mucha sangre." Desde que le suspendieron la quimioterapia le daba la impresión de que todo estaba peor. Su esperanza se había debilitado demasiado; la posibilidad de curarse o tan siquiera mejorar era remota, y ella lo sabia.
En la soledad de sus conversaciones, miradas vacías y gemidos nocturnos había asimilado la enfermedad de un modo distinto. Al estar en su cuerpo, y no poder ser extirpado ni reducido por la quimioterapia, tomo una decisión, quiero creer no consciente: arrancarse el tumor. Quería ganar, o eso pensaba.
A la mañana siguiente una ambulancia pasó a recogerle. Las dos bolsas de la transfusión del miércoles no servían ya. Necesitaba sangre con urgencia.
Felicidad es su nombre.Dónde hay luz no hay turbación.Piensa en la eternidad.
Empaña mis ojos cada vez que lo leo.
ResponderEliminarEs impresionante y doloroso, a la vez que confuso poder haber estado al lado de esta misma mujer doblando ropa con ella hace una semana. Tuve la necesidad de escribirlo, aunque jamás lo vaya a leer. Dios la ayude.
ResponderEliminar